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EL COMIENZO
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La crucifixión lo intimidaba. La formación calcárea de la cueva dejaba intuir el paso del tiempo en cada capa blanca y rosada. Se sentía seguro de su poder pero aun así intranquilo, como un pájaro antes de la tormenta. Por un costado ingresaban rayos anaranjados que bañaban la fría piedra. Pensaba en la posibilidad cierta de morir pronto y no alcanzaba a sentir el natural miedo sino que se regocijaba por adelantado del impacto que produciría su ausencia. El piso era frío y rugoso y en un viento sonoro ingresaba reclamando su lugar en el concierto de la despedida. Volvió el rostro hacia los suyos que parecían triste y amedrentados y esbozó una sonrisa dulce y melancólica. Un murciélago despistado chocó contra la pared y cayó al piso e intentaba retomar vuelo con cómicos movimientos atolondrados. En el piso, de pies cruzados, estiró su túnica y cerró los ojos. Oraba. Un enjambre de moscas se agolpó cerca del murciélago esperando poder alimentarse de s...
RECETAS DESDE EL MÁS ALLÁ
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Nunca me gustó cocinar. Nada, ni un poquito. De hecho, lo detesté siempre como una de esas cosas que están malditas. Supe de pequeña que no sería ni remotamente algo parecido a una ama de casa con su delantal bonito y manchado de mermeladas y salsas. No sé, la cocina no se me da, es más, me evade. Mis amigas me cargan y algunas incluso se niegan a creerlo, pero me ha ocurrido que un huevo se me estrelló en el techo. Rompí implementos, torcí cucharones, malgasté especias caras y se me carbonizaron pollos en varios hornos de muchas casas en las que viví. Quizás he tenido un poco más de suerte con los postres. Puedo batir crema y a veces no se me pasa o cortar una naranja al medio y rociarla con aceite de oliva y azúcar. Un manjar. Pero no mucho más. La sola idea de estar atornillada en la cocina frente a interminables platos para lavar, ollas grasientas y olor en el pelo me desespera y entristece. El ritual de la cocina con sus tiempos y espacios específicos, el rigor de las recetas y ...
TORNADOS VERDES
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El río se comportaba, como siempre, de un modo perturbador. El cielo se fragmentaba en escamas y reflejos brillantes como rubíes interrumpían el azul cerúleo que entintaba todo. La noción de tiempo se tornó difusa. La expectativa por el tornado mantenía a las personas en un extraño estado de arrobamiento. Fascinación y pavor de la mano y al mismo son. Algunos querían quedarse para ser testigos de un acontecimiento único mientras que otros estaban allí como paralizados por una serpiente de nubes. Nada parecía indicar peligro. Solo la rara combinación de calor y viento conformaban una extraña sensación de lugar perdido como si la tarde se prestara a la tragedia. Sin embargo, todos seguían allí, expectantes. Nadie quería perderse la visión de lo que por las radios se estaba llamando “un acto de Dios”. Los remolinos cuánticos eran apenas conocidos por la ciencia y habían comenzado hacía relativamente poco. Su brillante formación verde intenso tenía la propiedad de ser ...
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Ingrávidas como cristales de helio, las salamandras escupieron eléctricas raíces hacia la tierra yerma. Con una sonoridad danzante revoloteaban anárquicas en forma de zigzag por sobre la sólida base mineral. Debajo, con los pies atados a la superficie, los humanos intentaban cazarlas para atrapar su esencia. Las salamandras, eléctricas danzarinas, evadían los toscos movimientos de los hombres con una sonrisa. Sin embargo, ésta ni oficiaba de anclaje vincular ni era de compasión sino de franco odio. La necesidad voraz del humano de hacerse con la energía de otros se les hacía no solo incomprensible sino atroz e insensata. El fuego que ardía en sus venas de éter pedía a voz encendida arrasarlos a todos, insuflar el veneno tóxico de los vapores de azufre en sus pulmones para asarlos vivos hasta que, demacrados y ulcerados se retorcieran sobre el piso. Sin embargo y actuando en consonancia con su propia naturaleza optaron por jugar a las escondidas. Desconfiadas y rápidas, se esc...
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El comienzo de todo fue un acto de violencia. Como una herida auto infringida se cortó las venas y cometió el primer acto de rebeldía, un atentado contra su propio poder. Con esta acción inesperada destruyó el silencio y su mutación fue inexorable. No calculó ni especuló con el futuro, pues este no existía ni siquiera como idea. No le tembló su mano ausente en poner en riesgo su paz. Fue el acto más valiente y audaz y a la vez el más inconsciente e impredecible. También fue la coronación del sentido último que burbujeaba ingrávido a la espera de ser invocado. Nunca sospechó ni quiso saber las consecuencias de su acto primero. Jamás –hasta ese instante atemporal- había percibido ni necesitado nada. En cierta forma su existencia inexistente era un modo de autismo divino. Nada ni nadie ni nunca ni donde se habían superpuesto ante a su propia mismidad ni existía una forma de verse en espejo alguno ni ser percibido. Pero no se conformó y destruyó su paz acuática de serenid...